lunes, abril 23, 2007

Sangre de Campeón: 5.-Un campeón elige bien a sus amigos

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Carlos Cuauhtémoc Sánchez
Sangre de Campeón
Novela formativa con 24 directrices para convertirse en campeón.
Ciudad de México
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Miré al administrador con ojos suplicantes.

- ¿De verdad me va a cobrar los tubos rotos?

- Tú los rompiste. ¿Crees que debo pagarlos yo?

Negué con la cabeza y agaché la vista. El hombre suspiró y comenzó a decir:

- Felipe. Cada día tomamos muchas decisiones: Elegimos que ropa ponernos, qué desayunar, qué camino seguir, cómo realizar nuestros deberes. Bien. Las elecciones más importantes de tu vida tienen que ver con las personas: Con quién te casarás, con quién trabajarás y sobretodo quienes serán tus amigos. Si te equivocas en ese tipo de elecciones echarás a perder tu vida.

Hizo una pausa y aproveché para protestar:

- Señor. Todo el mundo me dice lo que debo hacer: con quién andar, qué me beneficia y qué no. ¡Eso me fastidia!

- De acuerdo, Felipe, ¿quieres tomar tus propias decisiones? ¡Pues ponte atento y tómalas bien! No esperes a que alguien te diga “ten cuidado con ese muchacho, o esa novia te perjudica”. Sé observador y date cuenta por ti mismo. ¡Aléjate de quienes no te convengan! Hazlo por tu propia iniciativa, ¡pero hazlo!. Esto es serio, ¿sabes por qué? Porque los amigos se imitan y llegan a ser iguales. Voy a ponerte un ejemplo: Yo soy director de este club deportivo. Practico tenis todos los días. Durante meses, jugué cada mañana con un amigo que era superior a mí... Al principio me ganaba, pero poco a poco fui mejorando ¿y él fue empeorando?, Hasta que quedamos en el mismo nivel de juego. Siempre empatábamos. Tiempo después, comencé a practicar con un novato. El subió de nivel y yo bajé, hasta que volvimos a quedar empatados. Es un regla : Dos personas que juegan tenis todos los días, acaban igualándose; el bueno se hará un poco malo y el malo un poco bueno. Y así es en la vida: Si un muchacho perezoso se hace amigo de otro muy dinámico, con el tiempo, el flojo comenzará a ser más activo y el activo se volverá más flojo, hasta que se emparejen. Si nunca dices palabras sucias, pero te juntas con un majadero, él, por convivir contigo, se hará menos grosero y tú por convivir con él, te volverás mal hablado, hasta un punto en que los dos sean iguales. Se llama ley del balance. ¡Cultiva sólo amigos que no tengan vicios, que no digan mentiras ni hagan trampas, que no hablen mal de otros ni creen conflictos, que no sean groseros o agresivos! El vicioso, siempre te llevará por mal camino, el tramposo te obligará a mentir, el grosero te enseñara a maldecir el que habla mal de otros, hablará mal de ti. ¿Has entendido?

Dije que sí con la cabeza.

Llenó un ahoja en la que me hacía responsable por los daños del vestidor.

- Firma esto, por favor.

Lo hice.

- Ahora, vete. Cuando sepa el costo de los tubos, te lo haré saber.

Salí de ahí con pasos lentos.

Mis compañeros estaban esperando. El gordo granoso me empujó por el hombro. Casi me caigo.

- ¿Por qué confesaste?

- Estábamos acorralados.

Ay sí, chulis –dijo Lobelo con tono de burla-. “No le digan nada a mi papá”. Ja, ja. Te creí más valiente. Además, grandísimo animal, fue por tu culpa que nos descubrieron. Estabas ahí, pegado al agujero, viendo a las viejas encueradas –comenzó a reírse-. Luego, te caíste y rompiste todo. Eres un idiota, Felipe. Ocasionas problemas dondequiera que andas. Tienes la culpa de que tu hermano esté en el hospital. En realidad tienes la culpa de todo lo malo que pasa a tu alrededor.

Se subieron a la motocicleta pasaron rozándome y me golpeó en la nuca con la mano abierta. Esta vez, sí me fui de boca. Tarde en levantarme.

- ¡Por todos los santos, Felipe!, ¿Dónde andabas? –me preguntó Carmela en cuanto llegué a la casa.

- Fui a dar la vuelta.

- Tu mamá me advirtió que...

- Ya sé, ya sé, ya sé...

Prendí la televisión y subí el volumen al máximo para no oír sus regaños. Cuando la nana se fue, sintonicé las caricaturas, bajé el volumen y me quedé dormido.

Varias horas después el teléfono sonó y desperté. Había comenzado a oscurecer. Era mi papá.

- Hola, hijo. ¿Cómo estás?

- Bien, ¿y mi hermano Riky, ha mejorado?

- Más o menos. Hay algunas complicaciones. Luego te explico. Tu mamá y yo estaremos en el hospital hasta tarde. Pórtate bien... Obedece a Carmela.

- Descuida papá. Lo haré.

Carmela había dejado un plato de guisado sobre la mesa y se había metido a su cuarto. Tomé un tenedor y comí el alimento frío. Casi, de inmediato, el teléfono volvió a sonar. Pensé que a papá se le había olvidado decirme algo, pero no era él.

- Hola, “Malapata”

- ¡Lobelo! ¿Qué quieres?

- Te llamo para hacer las paces. Me porté grosero contigo. Lo reconozco. ¿Olvidamos todo?

Desconfiaba de sus palabras. Guardé silencio.

- ¿Y tus papás? –preguntó.

- No han llegado.

- Tampoco mi padrastro está –me dijo-. Invité a varios cuates a mi casa. Haremos una reunión. También vendrán chicas. ¿Qué te parece?, ¿Fumamos la pipa de la paz?.

Quise colgar el teléfono. Decir “no me interesa”, pero me faltaba valor para enfrentarme a él.

- ¿Qué dices? –insistió-. ¿Quieres que vayamos por ti?

- No.

- Felipe, en la fiesta, te daré un regalo para contentarme. Sabes tengo mucho dinero. Acompáñanos, aunque sea un rato. Si no llegas pronto, iremos por ti.

- Lo pensaré.

Colgué el teléfono.

Fui a mi recámara y camine dando vueltas. Las palabras del director del club deportivo me martillaban la mente: “los viciosos te llevarán por mal camino, los tramposos te obligarán a mentir, los groseros te enseñaran a maldecir... ¡Cultiva buenas amistades”

Era fácil decirlo, pero un chico de doce años necesita sentirse aceptado por sus compañeros. ¡No puede aislarse ni buscarse rivales!.

Miré el reloj. Eran las siete de la noche ¿Cómo me escaparía sin que Carmela se diera cuenta? Exploré el terreno. La nana seguí dentro de su cuarto. Sin duda estaba enfadada conmigo. Eso me facilitaría las cosas. Saldría de la casa un par de horas y regresaría antes de las diez.

Aunque Lobelo no m e conviniera como amigo, tampoco deseaba tenerlo de enemigo.

Tomé las llaves del portón y me escabullí.

Camine por la calle.

Cuando llegué a la casa de Lobelo, sentí miedo. La puerta se hallaba entreabierta y me vieron. El muchacho obeso me recibió.

- ¡Felipe, que bueno que llegaste! Pasa, pasa.

Me di cuenta de que estaba cometiendo un grave error, pero era demasiado tarde, Lobelo detrás de él, sonreía de manera sospechosa.

- ¿Estás listo para la sorpresa que te hemos preparado?

Algo andaba mal. Se dirigió al interior y gritó:

- ¡Muchachos, el “Malapata” ya está aquí!.

Su tono de voz me hizo pensar que me habían tendido una trampa.

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